
Un verdadero terremoto político sacude la provincia de Chaco tras destaparse el escandaloso entramado detrás del Programa Ñachec, una iniciativa que, lejos de ser la salvación para los más necesitados, se ha convertido en un vergonzoso banquete de favores para los punteros políticos de Leandro Zdero, sus familiares y amigos más cercanos. En un giro que roza lo grotesco, se ha revelado que la gran mayoría de los beneficiarios no solo no trabajan, sino que ni siquiera disimulan su vínculo con el gobernador, mientras miles de chaqueños desesperados hacen filas interminables por una caja miserable con apenas cuatro productos. «¿Dónde está el orden y la austeridad que nos juraron?», gritan los ciudadanos, traicionados por un líder que prometió terminar con los «curros» y ahora parece protagonizar el mayor de todos.
Leandro Zdero, quien no pierde oportunidad de llenarse la boca con discursos grandilocuentes sobre transparencia y la supuesta eliminación de los intermediarios, queda expuesto como el arquitecto de un sistema podrido que apesta a nepotismo y cinismo. Las pruebas son abrumadoras: los beneficiados del Ñachec no son los pobres que claman por ayuda, sino los leales al poder, esos punteros que aseguran votos y los familiares que engordan sus bolsillos sin mover un dedo. Mientras tanto, el pueblo sufre la humillación de mendigar una asistencia que no llega, o que, cuando lo hace, es tan patética que insulta la dignidad de quien la recibe: cuatro productos raquíticos que no alcanzan ni para un día. Las imágenes de las colas eternas bajo el sol ardiente se han vuelto el símbolo de una gestión que miente descaradamente mientras reparte migajas al pueblo y prebendas a los suyos.

«¡Basta de intermediarios!», bramaba Zdero en campaña, pero hoy esas palabras suenan como una burla cruel. Los intermediarios no solo siguen existiendo, sino que tienen nombres y apellidos conocidos en el círculo íntimo del gobernador. Este escándalo no es un simple traspié: es una bofetada a la esperanza de un Chaco que creyó en el cambio y ahora ve cómo los recursos públicos se esfuman en manos de una casta privilegiada. La indignación estalla en las calles y las redes, con ciudadanos que exigen cuentas y respuestas: ¿cómo es posible que, en una provincia ahogada por la pobreza, el hambre y la desidia, el dinero del pueblo termine financiando la buena vida de los amigos del poder?
El Programa Ñachec, que debería ser un lifeline para los más vulnerables, se ha transformado en un monumento a la corrupción y la hipocresía. Zdero, atrapado en su propia red de mentiras, enfrenta el repudio de una población que no está dispuesta a seguir siendo engañada. Esto no es solo un fracaso administrativo; es un crimen contra los chaqueños que confiaron en un líder que hoy les da la espalda para llenar los bolsillos de su clan. La pregunta retumba en cada rincón de la provincia: ¿hasta cuándo soportaremos que nos roben la esperanza? El pueblo clama justicia, y el eco de su furia promete no apagarse.